2017(e)ko otsailaren 27(a), astelehena

¿Qué son las variedades lingüísticas?

Como ya sabemos, todas las lenguas presentan entre sus distintas variantes la denominada estándar, aquella que es generalmente comprendida por todos los hablantes de una determinada lengua y que normalmente es utilizada con gran frecuencia por los medios de comunicación o por los docentes en las escuelas. No obstante, en las distintas lenguas que están presentes por todo el mundo existen, además de la ya citada estándar, otras variedades lingüísticas, que se caracterizan por una serie de rasgos comunes dentro de un determinado colectivo de hablantes. Entre ellas, debemos destacar las siguientes:


·      Variedades diatópicas: están presentes dentro de un grupo de hablantes de una misma lengua situados en distintos puntos geográficos. Entre los hablantes de lengua castellana de la península ibérica podemos citar la casi inexistente diferenciación entre los fonemas /s/ y /z/ en la mayor parte del territorio andaluz (palabras como lazo y laso o zeta y seta son pronunciadas prácticamente de la misma forma), lo cual no está presente en otros territorios como el País Vasco o Galicia. Otro ejemplo radica en las diferentes maneras que hay para nombrar determinados objetos en el castellano de España y en el hablado en territorio sudamericano: al vehículo que en España se le llama coche, en México lo llaman carro y al objeto que en Argentina llaman celular en la península ibérica se le denomina teléfono móvil.
·  Variedades diastráticas: están condicionadas por el grupo o estrato social en el que se encuentra insertado el hablante o el ambiente en el cual se desenvuelve. Un ejemplo claro podrían ser las conversaciones que se dan en distintos ámbitos laborales. No es lo mismo una conversación entre trabajadores de la construcción, los cuales tienden a tener un nivel académico básico (obreros, albañiles…) y la que pueden mantener los banqueros, los cuales suelen contar con un nivel académico superior.

·  Variedades diafásicas: son los distintos cambios que se dan en el registro o el estilo dependiendo de la situación comunicativa del hablante o de su intención en un determinado momento. Una persona, por lo general, no se dirige a un amigo en un ambiente festivo de la misma forma que lo haría si la persona con la que estuviese dialogando fuese el presidente del gobierno. Mientras que en el primer caso haría uso de un registro coloquial  en el segundo se dirigiría a su interlocutor de una forma más culta o formal.

2017(e)ko otsailaren 12(a), igandea

Nuevos tiempos, nuevas Caperucitas

Es innegable el hecho de que toda sociedad humana evoluciona. Por tanto, podemos afirmar que los valores y la forma de entender el mundo varían de una generación a otra, pero en muchas ocasiones esos valores siguen vivos en las piezas artísticas de su tiempo. Y se da la paradoja de que algunas obras artísticas son capaces de reflejar sociedades muy distantes en el tiempo. ¿Cómo? Muy sencillo, porque son versionadas por artistas de otras épocas históricas y tal es el caso de Caperucita Roja.

Cuando el cuento era transmitido oralmente un hombre llamado Charles Perrault tuvo a bien publicarlo. Él creció en la Francia de finales del siglo XVII y los valores de aquella sociedad subyacen en las líneas de su obra. De igual forma sucede con la sociedad germana del siglo XIX en la versión de los hermanos Grimm. Y poco a poco diferentes artistas han ido dando modificando el cuento hasta nuestra era, principios del siglo XXI. Más de tres siglos de historia y un sinfín de versiones que reflejan los valores de tiempos remotos y presentes. 

Casi todos los occidentales hemos crecido, directa o indirectamente, con la obra clásica de Caperucita Roja. Quizás por ello me aventuro hoy a romper nuestros esquemas y presentar la versión del genial Roald Dahl. Espero que la disfrutéis.

Estando una mañana haciendo el bobo

le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,

así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.

"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó.

La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando:

"¡Este me come de un bocado!".

Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.

Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:

"Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme otra señora!".

Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:

"¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!"

-que así llamaba al Bosque la alimaña,
creyéndose en Brasil y no en España-.

Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.

Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?

Por cierto, ¡Me impresionan tus orejas!".
"Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas".

"¡Abuelita, qué ojos tan grandes tienes!".

"Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista",
dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente.

De repente
Caperucita dijo: "¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!".

El Lobo, estupefacto, dijo: "¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!

¿Me estás tomando el pelo...?
Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa".
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y -¡Pam!- allí cayó la buena pieza.

Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque...
¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.

Roald Dahl